Seguramente muchos de los que estáis leyendo este post habéis sufrido en primera o tercera persona dirigirse a un hijo con un tono más elevado del habitual. Aunque a veces cueste reconocerlo, los padres puntualmente o con regularidad gritan a sus hijos cuando éstos hacen caso omiso a sus peticiones. Las prisas de nuestro día a día, los atascos, el trabajo o las cuentas del hogar hacen que vivamos en un estrés continuo que hacen que los gritos se conviertan, en más ocasiones de las que nos gustaría, en el método más rápido para poner orden en casa.

Es imprescindible reflexionar sobre este asunto porque las consecuencias negativas de los gritos a nuestros hijos son múltiples y los beneficios, ninguno. Educar gritando les aporta: malestar constante, estrés, problemas de concentración, desmotivación, frustración, rabia, baja autoestima, desatención, mal ejemplo (si gritamos, ellos gritarán), y un largo etcétera.

¿Cómo educamos sin gritos?

  • Reflexionar. Es muy importante pararse y respirar hondo antes de alzar la voz. ¿Realmente es tan grave aquello que nuestro hijo ha hecho? Con la empatía y la reflexión, se podrán prevenir y evitar muchos conflictos, porque se rebajará la ira y se podrán ver las cosas de otro modo. Solucionarlas sí, pero no de forma violenta ni angustiosa.
  • Mirar desde los ojos de nuestros hijos. Los niños, niños son. No ven la vida como nosotros, ni razonan igual, ni realizan sus actos con maldad o dando vueltas al asunto. Ellos piensan como niños y su mayor anhelo es jugar y disfrutar. Por eso, es importante que, ante una situación de conflicto con los hijos, antes de actuar, de gritar, uno se pare a mirar desde la perspectiva del pequeño, su punto de vista, desde sus ojos.
  • Tiempo con nuestros hijos. Es imprescindible pasar tiempo junto a los hijos y, más aún, que ese tiempo sea de calidad, es decir, escuchando, realizando juegos en familia, contando cuentos, haciendo manualidad, paseando en bicicleta o haciendo un bizcocho. Es necesario apartar la tecnología y aprender a reír y disfrutar con nuestros hijos.
  • Escuchar y dialogar. Los niños siempre tienen un motivo para hacer lo que hacen y éste no tiene nada que ver con el motivo que los padres puedan imaginar. Hay que darles la oportunidad a que se expresen y expliquen lo sucedido. El diálogo es una de las herramientas más importantes para educar a los hijos. Hay que explicar, dialogar, expresar los diferentes motivos y lo que se espera con toda la comprensión y la serenidad del mundo, así como utilizando un tono de voz sosegado.
  • Pedir perdón. Si queremos que integren el perdón como una herramienta para relacionarse, debemos pedírselo también a ellos cuando consideremos que hemos traspasado la línea del respeto.

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